Probablemente todos los libros sobre liderazgo y en muchas de las biografías de los grandes políticos de la historia, lo que se subraya es la importancia de tener una visión. Cuando hablamos de visión, en su acepción más simple, nos referimos un plan de acción que incluye objetivos y los pasos para cumplir con esos objetivos. Para un líder moderno, los objetivos deberían incluir una serie de actividades cuya finalidad sea buscar una mejor calidad de vida para las personas que gobierna o que representa.
La visión es el mapa que el líder político comparte con los demás y con ella traza un rumbo para su equipo. Sin embargo, la visión puede resultar un arma de dos filos, por ejemplo, en el caso de los políticos añejos, de los líderes jurásicos, a quienes a través de la historia hemos visto llegar al poder por razones ajenas a la eficiencia, al merecimiento o al simple conocimiento de sus obligaciones. Llegan al poder sin tener que explicar nada. Para estos líderes vetustos publicitar su visión puede costarles mucho, en realidad sería un grave error, porque esa misma propuesta se usará en su contra para subrayar su incapacidad como líder o como un documento que demuestre que no sabe ni entiende las necesidades de sus representados.
Tener una visión es vital, pero no es suficiente. En su libro “El arte de liderar”, Francesco Alberoni señala la diferencia entre los líderes con visión de los que ejercen el liderazgo por otras razones:
“Los hombres y las mujeres que disponen de este tipo de visión son completamente distintos a los hombres y mujeres ambiciosos que tienen necesidad de acumular riquezas y honores para sentirse alguien. Son distintos a los fanáticos que intentan imponer al mundo entero su credo y su régimen político mediante la violencia. Ellos no quieren dominar, quieren crear. El impulso de crear no pertenece a la dimisión de tomar, sino a la de dar, no a la del egoísmo, sino a la del altruismo. Y en ese caso, incluso el poder no es más que un instrumento para poder dar. El creador, el constructor, la persona que alberga un sueño no dirige, no exige obediencia por el simple placer de ver a la gente inclinándose delante de su poder, sino para edificar, conjuntamente, algo que concierna a todos. De ahí que entienda el acto de liderar como una llamada, y la obediencia como un consenso”.
Esta descripción podría considerarse un tanto ingenua, sobre todo si se trata de pedirle a la clase política mexicana que piense en esos términos. No obstante, recordemos que todo empieza con las aspiraciones de una persona. Para continuar hacer click aquí.
La visión es el mapa que el líder político comparte con los demás y con ella traza un rumbo para su equipo. Sin embargo, la visión puede resultar un arma de dos filos, por ejemplo, en el caso de los políticos añejos, de los líderes jurásicos, a quienes a través de la historia hemos visto llegar al poder por razones ajenas a la eficiencia, al merecimiento o al simple conocimiento de sus obligaciones. Llegan al poder sin tener que explicar nada. Para estos líderes vetustos publicitar su visión puede costarles mucho, en realidad sería un grave error, porque esa misma propuesta se usará en su contra para subrayar su incapacidad como líder o como un documento que demuestre que no sabe ni entiende las necesidades de sus representados.
Tener una visión es vital, pero no es suficiente. En su libro “El arte de liderar”, Francesco Alberoni señala la diferencia entre los líderes con visión de los que ejercen el liderazgo por otras razones:
“Los hombres y las mujeres que disponen de este tipo de visión son completamente distintos a los hombres y mujeres ambiciosos que tienen necesidad de acumular riquezas y honores para sentirse alguien. Son distintos a los fanáticos que intentan imponer al mundo entero su credo y su régimen político mediante la violencia. Ellos no quieren dominar, quieren crear. El impulso de crear no pertenece a la dimisión de tomar, sino a la de dar, no a la del egoísmo, sino a la del altruismo. Y en ese caso, incluso el poder no es más que un instrumento para poder dar. El creador, el constructor, la persona que alberga un sueño no dirige, no exige obediencia por el simple placer de ver a la gente inclinándose delante de su poder, sino para edificar, conjuntamente, algo que concierna a todos. De ahí que entienda el acto de liderar como una llamada, y la obediencia como un consenso”.
Esta descripción podría considerarse un tanto ingenua, sobre todo si se trata de pedirle a la clase política mexicana que piense en esos términos. No obstante, recordemos que todo empieza con las aspiraciones de una persona. Para continuar hacer click aquí.
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