Tal vez lo más sorprendente del conflicto surgido debido al ataque de las Fuerzas Armadas colombianas a un campamento guerrillero en territorio ecuatoriano es que no había sucedido con anterioridad este tipo de incidente. Desde los 90 cuando fui funcionaria en la Casa Blanca y después subsecretaria adjunta en el Pentágono, fui testigo de cómo en diferentes foros el gobierno de Colombia les advertía a sus vecinos ecuatorianos, venezolanos, panameños y brasileños que al ir incrementando la capacidad del gobierno colombiano de perseguir a los grupos armados en su país, estos grupos guerrilleros y paramilitares buscarían usar más y más las fronteras para escabullirse de las Fuerzas Armadas colombianas.
De hecho, una de las razones fundamentales que expresaron varios países sudamericanos al Plan Colombia era que temían el efecto “cucaracha” que pudiese resultar y que incrementaría las fricciones fronterizas. En una reunión de los ministros de Defensa del Hemisferio, ante las quejas de varios países por el Plan Colombia, nunca olvidaré cómo el secretario de Defensa les advertía a sus contrapartes que Colombia tenía que defender a su población de las FARC y los otros países deberían tomar las medidas necesarias para hacer lo mismo. Y las perspectivas de encontrar una solución pacífica y duradera se ven remotas, más ahora que el presidente Hugo Chávez ha tomado la violación de la soberanía ecuatoriana como una causa venezolana, a tal punto que mandó 10 batallones a la zona fronteriza.
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